¿Qué elementos de un libro dirigido a los jóvenes
consiguen que les genere una cierta adicción y se conviertan estos en grandes
éxitos de venta? Esta realidad es la que analiza Gemma Lluc en este artículo.
Quiero resaltar del texto de Lluch como punto de
partida, una diferenciación entre literatura canónica y paraliteratura que hace
al yuxtaponer dos definiciones de Bloom y de Boyer. Para el primero “cuando se lee una obra canónica por primera
vez se experimenta un extraño y misterioso asombro y que casi nunca es lo que
esperábamos” (Bloom, 1995:13, Lluch 2009), y para el segundo, “cuando se lee paraliteratura el lector
antes de iniciar el acto de lectura firma un contrato con el autor, un acuerdo
tácito que le asegura la adecuación de la obra a la colección, a la reputación
del autor o al proceso publicitario que ha elegido: el lector ha de estar
seguro que encontrará aquello que ha ido a buscar, sin sorpresas.” (Boyer,
1992:109-120; Lluch 2009).
A nivel paratextual, la paraliteratura se caracteriza
por una presentación estridente, que contrasta con la sobriedad de la
literatura, y que contiene elementos que informan del contenido y anticipan al
lector lo que va a encontrar, mostrando su parte del contrato.
A nivel discursivo encontramos en la paraliteratura
los siguientes rasgos:
-una repetición que contribuye a formar
significados unívocos
-combinación entre relajación y cambios de ritmo
que mantienen el suspense
-repetición de situaciones, decorados, personajes,
lugares y procedimientos que no atraen la reflexión crítica del lector.
-los personajes responden a estereotipos y a ellos
se subordina el discurso organizado linealmente y preparado para crear series y
sagas.
-El lector espera, a la vez, “una relativa novedad”
(Lluch, 2009)
-El estilo es secundario y utiliza un lenguaje
simple, repetitivo y estandarizado.
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La paraliteratura juvenil sigue los mismos
mecanismos de “enganche” que la dirigida a los adultos. Los mecanismos que
contribuyen esencialmente a ello son “los mecanismos de identificación y el
tipo de ideología propuesto” (Lluch, 2003). Para activar el mecanismo de la
identificación se utilizan personajes que coinciden con el lector en vida,
costumbres o aspecto y edad, así como la semejanza de contextos y entornos
reales y virtuales.
En cuanto a la ideología se utilizan argumentos
similares a los del lector adolescente para “vehicular opciones ideológicas”
(Lluch, 2009). Se elige la misma cosmovisión, de manera que el personaje
juzga el mundo desde el mismo ángulo que el lector.
En definitiva, me pregunto cómo podemos los
docentes poner a nuestro favor este tipo de literatura, y si esto es posible y conveniente.
Lo que sí que me queda claro es el hecho de que
es importante que la literatura a través de las obras canónicas tenga que
estar presente en el aula. Quizá lo que falte sea una buena elección de obras
concretas que sean del agrado del alumnado para llevarles hasta el placer de
experimentar ese “extraño y misterioso asombro”.
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